jueves, 13 de abril de 2017

El Refugio Divino – Serie Breve 37



La oración es una puerta que permite el intercambio entre el micro y el macrocosmos. Esta frontera entre lo individual y lo colectivo, con frecuencia, debe ser liberada por la voluntad. Aunque ella permanezca oculta por años, cuando su velo se rasga, lo espiritual se renueva en nosotros. Una Vida diferente llena nuestros mundos internos y somos testigos de la esencia metafísica del Universo. El contorno de nuestra singularidad se vuelve permeable y borroso cuando oramos. La plegaria es un tenue enlace por el cual se nos infunde el dulce Elixir Celeste.


Orar es un acto antiquísimo. Una comunicación con lo sobrenatural que hay en el mundo y en nosotros mismos. Es impensable un cristianismo sin oración. La oración posee un elemento colectivo indestructible, aún cuando oramos en solitario. Reunirse para orar, es forjar una estructura modelada con voluntades que se amalgaman detrás de una misma intención. Conformar un coro de orantes multiplica el sacrificio y facilita la comunicación. No sólo es costumbre de los cristianos la oración colectiva. Ella está presente en todos los cultos. La oración individual brota de la colectiva como la rama joven brota del tronco del árbol. El orar retraído, no desvanece los vínculos con esta actividad de naturaleza grupal. Aunque el anacoreta y el asceta se alejen del mundo, regresan a la Humanidad orando.

Podríamos decir que estar a “solas” con Dios es un acto imposible. Porque Dios es la Unidad suprema de todo lo Creado. Es impracticable permanecer en la individualidad frente al Todo. Y si la oración es una comunicación con Dios, la oración nos une y nos sumerge en la Creación antes de llegar a lo Divino. No hay forma de orar, sin perder la separación ilusoria que el ego se empeña por reforzar día a día. La comunicación se establece cuando somos permeables a la existencia colectiva. Esta experiencia nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñez frente al Todo. Nos vemos como una mota de polvo en una tormenta. Como una gota de lluvia que cae en un mar agitado por la tempestad. Esta puerta, entre el microcosmos y el macrocosmos, es capaz de convertirse en un abismo que nos arroja hacia el Amor Divino.

La oración provoca vivencias que van más allá de los límites de nuestra individualidad. Como todo Arte, necesita de práctica y empeño para saborear sus frutos. Expresarse por medio de la oración no es algo menor, ni trivial. Se trata de un acto espiritual profundo. Muchos tratados se han escrito sobre este asunto. Remitimos a ellos a quienes quieran averiguar las técnicas, el estado de disposición interna, las fórmulas, la respiración, etc. Así, se puede ver que existe variedad de métodos, maneras y procesos. Pero que siendo un Arte, cada artista debe poseer un estilo, un sello propio, que le sea eficaz. Contrario a las artes profanas, el estilo de orar no debe ser un instrumento para reconocer al artista, sino a Dios. Porque siendo que el Creador nunca abandona a sus criaturas, y  que posee infinitas maneras de acercarse a ellas, cada forma particular de orar es la manifestación de la Omnipresencia Divina. Buscar la manera íntima que vuelve activa la oración en cada uno de nosotros, es acercarse a la Raíz Divina que alimenta todas nuestra producciones. Es por esta raíz pura y activa, que la Oración da frutos.

No dejemos de mencionar que el estado de la oración permanente, del que tanto han hablado los hesicastas, no es más que una comunicación continua y fluida con lo Divino. Es vivir en la Unidad de Todas las Cosas y de Todos los Seres. Es ver el Espíritu Universal siempre delante de nuestros ojos. Reconocer lo inmortal de la Humanidad y conservar una piedad y un amor constante por todas las criaturas. Es así, que aún cuando oramos recluidos en nosotros mismos, nos conectamos con toda la Creación, nos reunimos con toda la Humanidad, en un Coro Universal.

Si la oración como acto singular consiste en asociarnos con lo Divino que hay en todos los Seres, como acto colectivo constituye el locus metafísco, en el cual se da el intercambio voluntario y sacrificial entre la Humanidad, la Creación y Dios. Es así que la oración como fenómeno hermenéutico, es el refugio Divino para el Hombre y para Dios. Es donde la Naturaleza Eterna Humana se Re-Crea y Dios satisface su deseo de atravesar por completo a su Criatura, creada a imagen y semejanza. La Oración es, entonces, el Templo, pero también es el Sacerdote y el Sacrificio. Es en la oración colectiva donde se reintegra el Reparador, el Hombre Dios, porque por ella se vuelven eficaces las Alabanzas de los Coros Celestiales, por ella se ordena el Cosmos y por ella se actualiza el Universo entero. ¿Que acto puede ser más propio del Hombre que el de orar? Pues en la oración moran en armonía la Divinidad misma y la verdadera naturaleza Humana.



Nadeo


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