Louis-Claude de Saint-Martin
Louis-Claude de Saint-Martín, el "Filósofo Desconocido”, nació el 18 de enero de
1743 en Amboise, Tourraine, en el centro de Francia, en el seno de una familia
noble, pero poco abastecida y desconocida. Poco después del nacimiento de
Saint-Martín, su madre falleció, y él fue criado por su padre y por su
madrastra, persona amable y de buen corazón, que lo inició en la lectura de
Jacques Abbadie, ministro protestante de Ginebra. Con ese autor aprendió a
conocerse a sí mismo, relegando a un plano secundario el análisis decepcionante
y estéril de los filósofos tan en boga en aquella época.
“Leí, vi y escuché a los filósofos de la materia y a los doctores que devastan al mundo con sus instrucciones; ninguna gota de sus venenos me penetró; ni las mordidas de una sola de esas serpientes me perjudicaron”.
“Es
a la obra de Abbadie, El Arte de conocerse a Sí Mismo, que debo mi alejamiento
de las cosas mundanas; es a Burlamaqui que debo mi inclinación por las bases
naturales de la razón; es a Martínez de Pasqually que debo mi ingreso en las
verdades superiores; es a Jacob Böehme que debo mis pasos más importantes en
los caminos de la Verdad”.
Otro
autor que influyó al Filósofo Desconocido desde su juventud fue Pascal. A los
18 años, en medio de las discusiones filosóficas de los libros que leía, se dio
cuenta de que, existiendo el Creador del Universo y un alma, nada más sería
necesario para ser sabio. Fue con la base en esas concepciones que fundó su
doctrina posterior.
Iniciado
en el estudio de las leyes y de la jurisprudencia, se aplicó más a la pesquisa
de las bases naturales de la Justicia, relegando a un plano secundario las
reglas de la jurisprudencia. Paralelamente, desarrollaba sus estudios sobre los
misterios ocultos y pronto descubrió que no podría dedicarse enteramente a la
magistratura, como deseaba su familia. No encontrando su vocación en el
Derecho, abandonó la magistratura que ejerció en Tours durante seis meses. Se
alistó a los 22 años de edad en el Regimiento de Foix, entonces acuartelado en
Burdeos, donde pudo encontrar más tiempo para dedicarse al estudio del
ocultismo, que era su verdadera vocación. Después de haber leído los autores
más afamados en el género, procuró la iniciación de una manera más efectiva.
Fue
gracias a un colega del Regimiento, Granville, que golpeó a las puertas del
Templo. Granville era iniciado en una sociedad oculta muy importante, cuyo jefe
era Martínez de Pasqually.
En
1771, Saint-Martín abandonó la carrera militar para dedicarse exclusivamente al
ocultismo. Durante dos años empleó todo el tiempo disponible para trabajar al
lado del maestro; fue durante ese periodo que se familiarizó con la
ritualística de los Cohens y con la doctrina de Martínez, al igual que con
todas sus prácticas iniciáticas.
Mientras
Martínez se preparaba para viajar a las Antillas, Saint-Martín fue recibido en
el último grado de los Cohens, aquel de la Real-Cruz (Reau Croix).
En
1773, finalmente, Saint-Martín conoció a Willermoz, en Lyon, después de haber
intercambiado correspondencia durante cinco años con él. Su círculo de
amistades se limitaba a los hermanos de la Orden: Granville, Balzac, Hauterive,
Bacon de la Chevalerie, el Abad Fournier y Willermoz. Permaneció un año en
Lyón, mas tarde volvió a su ciudad natal y, posteriormente, a París.
Fue en 1788, en Estrasburgo, que Saint-Martín conoció las obras de Jacob Böehme, el Teósofo Teutónico, a través de Rodolphe de Salzmann. Sorprendido, constató que esa doctrina combinaba con la de su antiguo maestro Martínez de Pasqually, siendo idénticas en esencia. Le cupo a él la tarea de hacer el feliz casamiento de las dos corrientes doctrinarias, elaborando un sistema sintético, capaz de satisfacer sus ansias y colocar a disposición de todos los Hombres de Deseo un camino seguro para llegar a la Iluminación.
Saint-Martín
nunca estuvo de acuerdo con la iniciación realizada fuera del silencio y de la
realidad invisible, que llamaba del centro o "vía interior". Para él,
el interior debe ser el termómetro, la verdadera piedra de toque de lo que pasa
fuera..., y el estudio de la Naturaleza exterior sólo tendría sentido si
condujese a la senda interior de manera activa.
Ese
estudio podría, por tanto, ser útil en la medida en que condujese a la Verdad,
pero la Iniciación, explicaba él a Kircheberger, debe actuar en el ser central.
Afirmaba
que la llave de la iniciación está en el Deseo del hombre de purificarse, de
evolucionar y de alcanzar la iluminación. Esa evolución es necesaria para
remediar la degradación a la que el hombre se sometió después de la Caída
Original. Antes, el hombre podía obrar en conformidad con la Voluntad del
Padre, siendo de esa manera poderoso, pero después de haberse revestido de una
envoltura material, sus capacidades espirituales se atrofiaron y la Voluntad y
la Pureza de antaño se aniquilaron.
La Iniciación
Con
respecto a la Iniciación, Saint-Martin expresó: La Iniciación es un proceso
interior de perfeccionamiento del hombre, tornándolo apto para recibir las
fuerzas divinas. El hombre es la suma de todos los problemas de la existencia;
es la síntesis, el enigma de los enigmas, la piedra bruta que debe ser tallada
y perfeccionada. Ese desarrollo debe ocurrir de tal modo que el ser creado se
reúna con el Creador, a través de la aproximación de la naturaleza impura a la
naturaleza pura. Por eso, la primera debe ser trabajada hasta acabar casi en el
mismo estado de la segunda; solamente después habrá una atracción tal, que la
Naturaleza Superior descenderá hasta la inferior, purificándola en definitiva y
dejándola conforme a ella misma: es la Iluminación del Iniciado.
El Conocimiento de Sí Mismo
Aquél
que persigue el conocimiento de si mismo tendrá acceso a la ciencia del mundo y
de los demás seres. El conocimiento de si mismo es solamente en sí que lo debe
buscar. Es en el espíritu del hombre que se deben encontrar las leyes que
dirigen su origen. Es preciso, entonces, que el iniciado encuentre su centro
iniciático, la divinidad en sí, para adquirir el pleno conocimiento de sí
mismo. Es necesario conocer sus flaquezas para dominarlas mejor y no volver a
practicar los mismos errores.
Jesús el Cristo decía a los hombres que no pecasen más. Hoy, los maestros piden que los hombres procuren errar cada vez menos, hasta el día en que, habiendo encontrado su equilibrio iniciático, puedan llegar a no pecar más.
Su lucha debe ser constante contra las pasiones, sus contrariedades internas y la ira. La docilidad representa la presencia de Dios en el centro iniciático; la ira representa su ausencia.
Jesús el Cristo decía a los hombres que no pecasen más. Hoy, los maestros piden que los hombres procuren errar cada vez menos, hasta el día en que, habiendo encontrado su equilibrio iniciático, puedan llegar a no pecar más.
Su lucha debe ser constante contra las pasiones, sus contrariedades internas y la ira. La docilidad representa la presencia de Dios en el centro iniciático; la ira representa su ausencia.
“El
hombre no puede ser integralmente libre de la ira y del pecado porque los
movimientos del abismo de este mundo tampoco son totalmente puros ante el
corazón de Dios; el amor y la ira siempre luchan entre si.”
La
doctrina de Saint-Martín se difundió en Alemania y en Rusia a través de sus
discípulos. En Rusia, la doctrina Martinista encontró un gran divulgador en
Joseph de Maistre, que afirmaba la existencia de Dios en el interior de cada
individuo y, por consiguiente, que el secreto de toda iniciación consistía en
descubrir el centro iniciático propio, la senda interior, a fin de proceder al
propio desarrollo espiritual. Así, la iniciación es una senda real, interior,
individual, y no se encuentra en el exterior, en las sociedades, o en el
Enciclopedismo.
Se
comprende así, que la enseñanza dejada por Saint-Martín, que encuentra su
procedencia entre Martínez de Pasqually y Jacob Böehme, era muy profunda y de
naturaleza divina. Se constituyó una Escuela de Hombres de Deseo, ávidos por
adquirir conocimientos, una élite de pensamiento, envasada en un sistema
Filosófico iniciático, teniendo como objetivo el desarrollo moral y espiritual
del hombre. No es una Escuela de especulación abstracta, sino un centro donde
los miembros procuran conocer la doctrina y la experiencia de los maestros y
donde procuran vivirla en la vida diaria, para alcanzar la perfección interior,
a través de un proceso de auto-transformación.
En
1803, el Filósofo Desconocido daba sus últimos pasos en dirección a la
Eternidad, pues su salud se mostraba débil. Pero no se afligió con esa
perspectiva; al contrario, decía que la Providencia siempre le había dispensado
mucho cuidado, de modo que sólo podría rendirle gracias. Fallece un 13 de
octubre de 1803.
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