lunes, 14 de julio de 2014

Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 17

(IV. El Hombre Nuevo)




Cuando el Hombre de Deseo haya sido completamente consumido en su propio ardor, todo lo que era dejará de ser. No habrá más una llave y una puerta por abrirse, sino que él sentirá haber entrado a un mundo nuevo.

Se abre paso a la vida, y con ella todo el amor y la sensibilidad que vivifica. Este hombre se siente renacer en su propia primavera, observando cómo aquello escondido dentro de la corteza del viejo hombre es ahora revelado en un primer brote que, mediante las raíces de su deseo, logró finalmente abrirse paso hacia la luz.

¡Ha nacido el Niño! se oirá por derredor, ¡Ha nacido un Hombre Nuevo! Símbolo que ha nacido la luz y la vida en medio de la humanidad caída como promesa de salvación.

Este nuevo ser consciente, asimilado en la unidad, ve nacer en sí mismo -en su propio universo terrestre-, una vida que escapa a su mortandad. Él entiende ahora que lo vivo pertenece a otro orden, y que tras haber sido regenerado puede regenerarlo todo a su alrededor.

Con estas palabras lo expresó nuestro Salvador: “ves madre, yo hago todas las cosas nuevas”. Hablamos por tanto del hombre espiritualmente renacido, en quien la luz es comprehendida, y quien se haya bajo gracia divina por haberse vuelto un niño y heredero del reino.

El Hombre Nuevo es además de carácter íntimo e indescifrable para todo aquello que aún convive en y con él en este mundo.

Para el martinismo, el Hombre Nuevo representa a aquel que se une, -así como en un matrimonio indisoluble-, al Santo Espíritu de Dios. Su alma ya no condice ni actúa de acuerdo al dictado del espíritu de aquellas cosas que multitudinariamente lo conducían hacia los constantes ciclos que replicaban su caída. Ahora su alma se entrega solo al Espíritu vivo de la unidad, quien recíprocamente la recibe, ama y corona.

Una magnífica y muy bella representación de esta unión amorosa puede leerse en el Cantar de los Cantares; y su representación simbólica en el relato de las Bodas del Cordero.   
   
“Veamos, pues, a este hombre nuevo que disfruta ampliamente de los derechos de su ser y de los innumerables favores del principio regenerador que ha querido penetrar en él. Veamos cómo una especie de diques, lo mismo que los de un gran río, le cierran el paso y lo mantienen dentro de su cauce, para que no pueda salirse de él y transporte tranquilamente sus aguas a todos los territorios que recorre; pero fijémonos todavía más en cómo se prepara este magnífico destino” (El Hombre Nuevo, 32)

Con esta frase Saint Martin indica el retorno del hombre a su verdadero orden natural, en el cual él se siente libre y sin resistencias. Sin embargo, si bien en nuestro estado la regeneración pueda observarse como un fin en sí mismo, ella retrata solo un comienzo. Porque el retorno del hombre a su primitivo estado espiritual es el punto inicial desde el cual la verdadera obra debería empezar a modelarse. En tanto que es en esta nueva vida, de la cual el hombre jamás debiera haberse apartado, que él debe retomar los pasos de los que se extravió.

Dios espera del hombre los frutos de aquellos gérmenes que Él mismo sembró en su alma espiritual, los que hasta el momento no han sido manifiestos en las labores humanas. Debe ser obra del hombre, entonces, el volverse hacia su cauce original para recobrar los dones y derechos de su naturaleza. Esta nueva condición favorecerá que la obra del hombre espiritual pueda ser efectivamente llevada a cabo.

Sin embargo, no debemos pensar que el Hombre Nuevo no corre riesgos ni peligros. Su nacimiento se produce en este mundo, el cual es hostil y lo rechaza en todo momento. Existirá pues una lucha, una guerra en el interior del mismo hombre. El hombre nuevo es un agente de la unidad y por tanto buscará en todo momento unir lo disperso, cargándolo consigo hasta poder llevarlo todo nuevamente hacia esa vía, o dentro de ese cauce en el cual ser dirigido a todos los territorios sin salirse de sí.

Si él logra unificar todo su ser y devolverlo finalmente a su sitio, terminará cargando entonces su propia cruz, muriendo así a su propio estado mortal. Esto es el fundamento de todas nuestras labores aquí abajo, ya que es necesario que la regeneración sea completa, y para ello es preciso que no quede ya nada del viejo hombre. Será entonces cuando se pueda finalmente decir: Consumatum est.

Lo que viene y prosigue es la obra misma que el hombre debe espiritualmente emprender y concluir hasta alcanzar la reintegración.


Tomás


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