viernes, 20 de junio de 2014

El Alfa y el Omega - Serie Breve 14



Quizás el martinismo no sea más que un misterio ancestral. Una herencia de otras vidas diferentes a lo que hoy conocemos como vida. Un mito sobre el hombre primordial. Quizás sólo estemos frente a una extraña paradoja acerca del origen de la humanidad. Aquello que la historia y el tiempo no pueden abarcar. Quizás el martinismo es sólo un recuerdo colectivo, un sueño de otras eras, anteriores al mundo mismo. Tal vez, no se trate de otra cosa más que de aquello que no podemos expresar, porque cuando sucedió ninguna lengua material había sido todavía articulada. Sea como sea, ha adquirido la forma de relato simbólico, acompañado de ciertos signos, insuflado de un fuego inmaterial y adornado sobriamente por un conjunto de elementos que nos empujan hacia una realidad que supera nuestras posibilidades. El martinismo nos trae noticias del alba de los tiempos,... y del ocaso también. Nos muestra hacia donde marcha la humanidad conduciéndose como una masa vacía e informe. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que en ella aún perdura la semilla de la regeneración.

El martinismo nos conduce a la aventura de encontrar lo incorruptible en nosotros mismos. Mística búsqueda del Graal, de la piedra filosofal, del polvo de proyección, de la panacea universal. Todos estos elementos, constituyen esquivos objetivos. Sombrías aventuras nos esperan, plagadas de desengaños y de laberintos habitados por los salvajes minotauros que hemos sido. La inmortalidad como abstracción, como símbolo de encontrarse a sí mismo y reconocerse vencido. Las construcciones que hemos edificados en nuestros propios mundos, no son más que quimeras. Templos donde rendimos culto a los falsos dioses. Somos un conjunto bien armado de edificaciones construidas con los ladrillos de la falacia. Un sueño de otro. Una alucinación que nos envuelve. Un espejismo que nos alienta en el error. Derrotarnos a nosotros mismos es, quizás, la única enseñanza que se encuentra a nuestro alcance de todas las que hemos recibido. Nadie puede mentirnos más que nosotros mismos. Habitantes de la confusión permanente. La edificamos y la multiplicamos. Asolamos regiones enteras enarbolando su bandera. Sin embargo, nunca nos saciamos.

Quizás el martinismo no sea más que una fortaleza inexpugnable. Un formidable fuerte imposible de conquistar. Sin embargo, somos más tercos que sagaces. De tanto dar contra la muralla, algunos han pasado del otro lado. Acaso, ¿la única forma de penetrar en el Templo no implica comprender el problema de otra manera?

El martinismo no puede ser expresado en palabras, pero igualmente escribimos sobre él. No puede ser representado por símbolos, pero lo simbolizamos. No puede ser operado por un ritual, sin embargo los ejecutamos. No puede articularse por el idioma, aunque lo trasmitimos de boca a oído. No puede revelarse de manera directa, y no hacemos otra cosa que señalarlo constantemente. La intensión, la mirada, y la búsqueda necesitan ser distintas a las que estamos acostumbrados. No sirve de nada buscar en el martinismo con una mentalidad profana. No puede ser abordado con una filosofía vulgar. Se necesita la capacidad de ver más allá de las formas, de escuchar aquello que no es audible. Debemos encontrar el punto de inflexión que nos permita ver el principio y el fin. Es decir, el Alfa y el Omega.

Nadeo


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