viernes, 25 de abril de 2014

De la Cualidad y el Grado - Serie Simbólica 6

(Entre el símbolo y el estado consciente)



Las palabras y los objetos se nos presentan siempre como símbolos de algo. El lenguaje, junto a los recursos sensibles y materiales, estimulan en nosotros ideas y pensamientos que terminan por forjar en nuestro entendimiento diversas cualidades y estados conscientes en los que participamos y construimos la existencia o vida en la que nos encontramos, por así decir.

Todas las cosas que interactúan con nuestra consciencia nos impresionan de manera formativa, y destinan en nuestras conductas las mismas bases por las que cada individuo se distingue de los demás. Porque si bien todos nos hemos formado desde un mismo principio original, no todos accedemos a él bajo un idéntico estímulo e intensión, generándose entonces infinitas posibilidades de acceso y penetración.

En tal sentido, nuestras mentalidades son inducidas hacia la racionalidad y un pensamiento cientificista en algunos casos, religiosos o sentimentalistas en otros, simbólicos, artísticos, e inclusive intuitivos y/o reflexivos para citar solo algunos otros más.

Todo depende de la consciencia, o mejor dicho del estado consciente, que cada uno sienta despiertan y hablan todas estas relaciones con nuestro ser. De tal manera una parte del símbolo hablará al hombre racional, otra parte al del intelecto reflexivo y altruista, y aún otra al alma humana, que se sensibiliza en el hombre espiritual.

Y a pesar de todo hablamos aquí de un solo símbolo y de un solo hombre, cuyas distinciones no son otras que la capacidad de ir conscientizándose en los distintos grados que cada cosa contiene para contarle y ponerlo en resonancia o contagio con otros ideales y con otras luces.

Consecuentemente, todo dependerá más de la sensibilidad y sintonía en la que los hombres se predispongan, que de la palabra o el estímulo simbólico en sí mismo dentro de esta relación. Resulta importante, además, aclarar mínimamente que el secreto no se encuentra tanto en lo ofrecido para ser  observado, sino en los ojos del que se presta a ver.

La máxima hermética expresa que cuando el aspirante se encuentra listo y preparado, el maestro -o la instrucción- se manifestará. También nuestro Salvador solía decir que quien tenga oídos para oír que oiga, y quien tenga ojos para ver que vea.

Creo que, por tanto, no estamos aquí hablando de distintos hombres, sino de diferentes aspectos, sensibilidades y percepciones que todo hombre posee y puede despertar en sí mismo naturalmente. El oído que oye, los ojos que ven, junto a la adecuada preparación, pareciera aquí hablarnos sobre aquel aspecto que en cada hombre cualifica con el espíritu, y al que debemos despertar o hacer renacer en nosotros para encontrar su análogo.

Entonces si tomásemos como ejemplo simbólico a la iglesia, podríamos decir que para algunos significará un reducto de poder, para otros una edificación especial o santa, para algunos otros un cuerpo inmaterial que conforma la comunidad cristiana en su conjunto, y aún para otros tantos la santa morada en la que cada alma debería encontrarse a todo momento, independientemente del tiempo y del espacio físico, entre otras tantas más interpretaciones.

Pero en todas las tradiciones espirituales es siempre el hombre el gran símbolo por ser descubierto y resuelto. De allí que todas las preguntas filosóficas y metafísicas recaigan siempre en descubrir el origen, procedencia y destino del hombre. ¿Qué tan conscientes en realidad somos sobre nosotros mismos, sobre nuestra realidad, y sobre aquello que representamos ser ante los demás y ante nosotros mismos?

Es parte del trabajo, que al hombre debe ocupar, la resolución de estos interrogantes mediante la percepción simbólica que él mismo representa. El hombre es en sí mismo el gran símbolo y el mayor interrogante de toda su existencia, cuya respuesta deberá buscar en su propia esencia hasta encontrarla. Siendo esta  esencia, o naturaleza humana, un estado elevado de percepción consciente al que debe elevarse, grado a grado, mediante la gracia por Dios concedida.


Taborel


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