jueves, 3 de abril de 2014

Advertencia para el buscador espiritual - Serie Breve 3



Dentro de las vías en las que los hombres operan sus búsquedas espirituales, existe una amplia  brecha  que  entiende  que  las  operaciones  externas  de  la  teurgia  pertenecen  al grado más elevado en la que los mismos puedan ser instruidos.

Otros,  en  cambio,  llamados  por  distintos  signos,  conciben  por  camino  espiritual  al contacto  con  lo  astral  y  al  desarrollo  de  sus  caracteres  sensibles. Allí  las  luces  se  les manifiestan  rodeando  completamente  su  ser  con  imágenes  tan  deslumbrantes  y maravillosas que, llenando su atmósfera con alegrías temporales, retienen su atención lo suficiente  en  estos  centros  como  para  terminar  por  considerarse  a  ellos  mismos abocados en la misma obra a la cual los hombres se hayan destinados a completar.

Existen también quienes por una vía más simple, y bajo recursos en extremo humildes y silenciosos,  se  encuentran  lejanos  de  vincular  sus  búsquedas  espirituales  mediante mecanismos  externos  u  operaciones  parciales,  haciéndolo  únicamente  a  través  de  su propio ser, es decir: en su misma alma.

Louis Claude de Saint­-Martin, en sus escritos, incansablemente nos previene sobre el no caer en ilusiones ni búsquedas erráticas. Porque todo ello podría llevarnos a creer que nos encontramos transitando la vía misma de la luz, y que nuestras acciones se hayan cooperando con aquellas del espíritu divino, mientras que podría sucedernos lo mismo que a aquellos que, siguiendo al Reparador, decían: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre,  y en tu nombre echamos fuera demonios,  y en tu nombre hicimos muchos milagros?, recibiendo como respuesta: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mateo 7, 22­23)
 
Motivado por el conocimiento de estas circunstancias, Saint-­Martin acotó una advertencia al  respecto  que  podría  servirnos  tanto  para  reflexionar,  como  para  alejarnos  de búsquedas  impropias  a  quienes  transitamos  por  la  vía  cristiana,  y  que  a  continuación traducimos*.

“Algunos  hombres,  cuando  oyen  hablar  de  las  obras  del  espíritu  viviente,  conciben  la idea  de  comunicarse  con  espíritus,  o  de  hablar  con  fantasmas  tal  como  es  dicho comúnmente.

Con quienes creen en la posibilidad de algo semejante, a menudo tal idea los excita solo hacia  el  temor;  con  quienes  no  están  seguros  de  tal  posibilidad,  les  provoca  solo curiosidad; con quienes niegan o desprecian todo a este respecto, les provoca rechazo y escarnio, tanto hacia las opiniones en sí mismas como hacia quienes las sostienen.

Por  tanto  me  siento  obligado  a  decir,  a  todos  ellos,  que  un  hombre  puede  siempre continuar dentro de las obras vivas del espíritu, y adquirir un alto rango entre los obreros del Señor, sin ver espíritus. Debo además decirle a aquel que en la vía espiritual busca comunicarse con espíritus, a los que suponiendo acceda, que no solo no estará con ello completando  el  objetivo  principal  de  su  obra,  sino  que  se  encontrará  distante  de merecer,  por ello, ser clasificado entre los obreros del Señor.

Porque si se piensa demasiado en la comunicación con los espíritus, debe suponerse la posibilidad de encontrarse tanto con buenos como con malos.

Entonces, para estar a salvo, no será suficiente la simple comunicación con los espíritus; se  deberá  además  ser  capaz  de  discernir  de  dónde  provienen,  con  qué  propósito  o intensión, y si su mensaje es loable o ilegal, conveniente o perjudicial. Y suponiendo que sean de la clase más pura y perfecta, se debería, ante todo, examinar si uno mismo se encuentra en condiciones de cumplir las obras que ellos podrían darnos por emprender al servicio de  nuestro Maestro.

El privilegio o satisfacción de ver espíritus, nunca puede ser más que un mero accesorio ante el verdadero y real objetivo del hombre dentro del camino de la obra viva, espiritual y divina, y su admisión entre los obreros del Señor. Y quien aspire hacia tal ministerio sublime no será digno de él si se encontrase solo atraído mediante la pueril curiosidad de conversar con espíritus; especialmente si, para obtener estas evidencias secundarias, se sirve  de  los  auxilios  inciertos  de  estas  criaturas,  bajo  poderes  usurpados,  parciales  e inclusive corruptos”

Definitivamente la preparación que cada uno realiza en sí mismo, con el profundo deseo e  intensión  de  morar  en  Dios  para  que  Dios  more  en  nosotros,  es  algo  de  extrema importancia que a menudo se desestima. Ya que no se trata de una preparación que se produzca por la simple moral o las obras materiales, sino que necesita principalmente el volverse  consciente  de  la  voluntad  del  Padre  en  nosotros.  Ante  esta  necesidad  el Filósofo Desconocido nos exhorta:

“¡Oh Hombre!, si tu puedes ver aquí el más sublime de tus privilegios, aquel de hacer que Dios  salga  de  Su  propia  contemplación,  debes  también  tú  ver  bajo  qué  condición  es ejercitado tal privilegio. Si acaso lograras despertar a este sublime Dios en ti ¿supones que sería una materia menor para vos la condición en que te encuentre?

Permite entonces a todo tu ser volverse una nueva criatura! Permite a cada una de tus facultades  revivir,  aún  hasta  sus  más  profundas  raíces!  Permite  que  el  natural  y  vivo aceite sea subdividido en una infinidad de elementos purificantes, y permite que no haya nada en ti que sea estimulado y calentado por alguno de estos elementos regenerativos y siempre vivos!”


Taborel

(*) N. del E: La totalidad de las citas corresponden a nuestra propia traducción del libro "El Ministerio del Hombre-Espíritu" de Louis Claude de Saint­-Martin.


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